
Leí ese nombre y ese apellido en la noticia de policía. La tenía muy presente, delgaducha, alta. Había registrado en el informe, hacía cinco o seis años,… “Romina es repitente. Casi no se le conoce la voz. Tiene incontinencia urinaria"... También recordaba a la madre, esa mujer tan envejecida que parecía mayor que yo, referir con acento del noreste: …"ella en mi casa es buenita... El padre viene en pedo y le pega con el cinto por cualquier cosa pero la Romi nunca se queja”…
La noticia no precisaba demasiados detalles, pero yo conocí cómo y dónde vivía. No me resultó difícil imaginar como habrían sucedido los hechos:
“¿Los chicos tomaron el mate?” pregunta la mujer que entra cargando unos bolsos. La chica siente sacudiendo la cabeza. “A ver si ponés atención, ya estoy cansada de que me llame la maestra” dice la madre mientras acomoda los bultos en el rincón que hace de cocina en el único espacio del rancho.
La joven toma una mochila descosida de una especie de repisa desvencijada. Saca del interior una naranja y un pan que deja en la mesa. Sobre la misma, cubierta con lo que alguna vez fue un mantel de hule hay migas de pan y tazas de plástico con restos de mate cocido.
Por la mente de Romina cruza la imagen de Yamila, y aprovechando la distracción de la madre, toma algo de la mesa, lo introduce rápidamente en la mochila y sale sin hablar.
Cae la tarde. El viento despeina sus opacos cabellos rizados. Se sube el cierre de la campera con manchas grasientas. Sus largas y delgadas piernas enfundadas en un jean sucio y raído apuran el paso por la calle de tierra que bordea las quintas.
Llega al nuevo edificio de la primaria nocturna. Ya todos están en el aula, entra sin saludar y se ubica en un banco libre al final de la hilera.
Romina contempla el aspecto de Yamila. No comprende el significado de esas letras y esa calavera impresa en el buzo negro de su compañera, que tiene las uñas y los labios pintados de color morado y el flequillo largo peinado con gel hacia un lado.
La docente entrega tareas realizando observaciones a un grupo de alummnos.
Yamila advierte la presencia de Romina, se aprieta con los dedos la nariz señalando con el índice de la otra mano a la joven mientras expresa por lo bajo “chicos, llegó el zorrino”.
Los alumnos comienzan a reír. “Báñate, sucia”, continúa Yamila, secundada por sus compañeros, todos de menor edad que Romina. Las mejillas de ésta se sonrojan, su cara sucia está a punto de estallar en llanto. De pronto abre la mochila, extrae un cuchillo tramontina, de un salto se precipita sobre su compañera y comienza a aplicarle puntazos en la cara. La chica se cubre con las manos, en las que también recibe varias incisiones.
Todo sucede tan rápido que los jóvenes no alcanzan a comprender lo que ocurre cuando escuchan el “¡tomá!”, “¡tomá!” de una voz ronca, casi gutural, desconocida hasta ese momento. Entonces ven a Yamila agazapada en el asiento cubierta de sangre.”
Mientras tomaba un mate que resultó menos amargo que las lágrimas que corrían por mis mejillas me pregunté: ¿Cuántas noticias de policía tendré que leer en las que los protagonistas, ahora adolescentes, fueron chicos cuyas historias llenaron fichas que nadie leyó?
Cerré el diario. El batir de parches enardeció mi bronca. Zitarrosa comenzó a entonar “Mire doña Soledad…”
El nombre de las protagonistas fue cambiado. El hecho sucedió en 2005.
Imagen: La cita fija, "Sobre florcitas rojas". Tela estampada, quemaduras. Dos piezas de 0,30 x 0,30 m - Mabel Temporelli Foto: Durante & Fucci
http://mabeltemporelli.blogspot.com/
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